martes, 28 de junio de 2011

Escritos en el cuaderno de Ginebra.

El equipaje.

Cuando pisó el suelo de la estación se encontró con que nadie lo esperaba. Sólo el equipaje en la parte de atrás de autobús: un chelo, una bici y algo de ropa. Es condición de vagabundo: no esperes que el Titanic que hunda sin su banda de cuerda. En condición de bici: no dejes de pedalear hasta que no veas la marca de la llanta de la cuerda sin muescas, hasta que no vueles. Por eso sacó el pesado equipaje y cargó con él, al igual que había cargado con su vida. Como una maleta de mano; echaba allí lo indispensable, algo como la ropa y los viejos recuerdos de sus camisas; la bici no era más que su estúpida manía de no poder permanecer inmóvil. El chelo es cosa aparte. El chelo era la cadena que le ataba a la tierra, que impedía que subiese volando como un globo. Se puso manos a la bicicleta y salió de la estación. 
Jazz, era Jazz con la brisa en la cara, era Jazz, como el gato que está a punto de dormirse, era Jazzzzzzz.




Se llamaba Rosa.

Se llamaba Rosa y nació de una coliflor. Tenía el pelo verde y cortado a lo garçon. Aunque ella no sabía lo que era el corte a lo garçon, claro. Cuando nació tenía margaritas en el pecho y ciruelas en las pupilas. Suave como una rosa, pinchaba a todo aquél que se le acercaba. 
Le encantaba la sangre, claro. La sangre con azúcar como almuerzo, con sombrillita y todo, para asegurar el brillo de los pétalos. Sangre dulce como el fuego. Sí, le gustaba la sangre. 
Sangre de la que queda en las espinas cuando el resto se ha secado con el sol. La bebía con sus labios infantiles como quien relame una piruleta. Saciada, era una niña encantadora. 
Sin saciar también, pero con sed de sangre. Al fin y al cabo... seguía siendo una coliflor.


La falda.

Le dijo que se quitase la falda por la cabeza. Puesto que no entendía su cabeza y se moría por lo que había debajo. 
Así que la miró mientras cruzaba los brazos, agarraba los bordes de la falda y la deslizaba por la tripa, los pechos, el esternón, el cuello, la nariz, la frente... también le pidió que se masturbara con el viento, pues le encantaba la brisa y los momentos concentrados en explosiones con corrientes de frío y calor. Así que ella lo hizo con un estremecimiento de abstracción, al mismo tiempo que un cohete era enviado al espacio en un punto muy lejano del planeta. Y así despertó, dándose cuenta del chelo en la pared de su cuarto; de su bici del siglo XVIII y de la sangre concentrada en su entrepierna.


Lobo y Alba.



Quiero vivir al lado del mar
pa' ver las gaviotas despertar
y así ver la luna cambiar
de tres cuartos a mitad.
Mitad oscura, mitad locura
mitad sin nadie, mitad ninguna.

Quiero embarcar en el sonido
del bombear de tu latido
quiero despertar todo lo vivido
con un solo rugido.

Quiero que las olas barran la playa
quiero que mi sombra se vaya
quiero, y por querer he querido tanto
que ya vale de ahogos, que ya no aguanto.


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