jueves, 8 de septiembre de 2011

Conversaciones tuentifónicas.

-       Hola. ¿Es esta la Asociación de Gente que Se Cansa de Vivir?
-       Sí, dígame.
-       Quería hacer un pedido de sonrisas a granel, si es posible.
-       ¿Al por menor o al por mayor?
-    Al por mayor.
-       ¿Sonrisas de qué tipo?
-      Sonrejas. De oreja a oreja. Con pegamento en el reverso para poder usarlas cómodamente.
-       ¿Y con relamer de algo antes de un pingüino?
-   Si puede ser, sí. Algo de cereza, si no es mucha molestia.
-       ¿Algo muy dulce?
-    Lo suficiente para camuflar la amargura de vivir.
-       Bien, está bien. ¿Con mucho rojo? ¿O de qué color?
-       Con Russian Red será suficiente.
-       Me parece una buena elección.
-       Bien. ¿A cuánto asciende el pedido?
-       A un sorbete.
-       Estupendo. ¿Y cuanto tardará en llegar?
-       Llegará cuando quieras.
-   Muy bien. Si puede ser a lo largo de esta semana, sería perfecto.
-       Sí. Pero antes tengo que consultarlo con otra clienta.
-    Sí, ya me ha comentado un duendecillo de vuestra factoría que una tal San Miércoles está esperando un pedido de salud estomacal.
-       Sí, eso me temo.
-       Bueno, esperaré pacientemente que llegue su pedido y luego arreglaremos lo de mis Sonrejas.
-       Muy bien. Hasta pronto.
-       Hasta pronto. Ah! Y gracias.

Lobo  e Iria (asistente de compra y  clienta)

martes, 23 de agosto de 2011

Junio.

Cuando se dio la vuelta, la casa estaba en llamas. Y cuando se 
despertó, el dinosaurio seguía ahí.

Mi barba tiene tres pelos. Aféitatela. Tres pelos tiene mi barba. 
Chispún.



     ¿Has pensado alguna vez quién dibuja la cuadrícula de los cuadernos?
     Seguro que son enanitos diminutos montados en regla y con lápices del tamaño de media uña.
     ¿Te imaginas que uno de ellos se cae y se ahoga en la tinta con la que otros enanitos repasan las líneas?
     Las empresas que fabrican los cuadernos y los capiteles la encubren diciendo que es un “fallo de impresión”, y la muerte se convierte en una errata y el funeral en un pasar de página.
     Y si te dijera que soy yo quien traza la cuadrícula, ¿dónde metes esto que acabas de decir? ¿Acaso soy un enanito?
     ¿Un enanito que patina sobre las páginas con patines de tinta?
     No sé patinar, pero puedo caminar de puntillas y bailar descalza.
     Por eso nunca haré erratas ni tendré deslices, porque hago mis cuadrado con el cuidado de quien realiza una obra maestra, ¿ves qué rectos y bonitos son?
     Lo son, pero ¿eres tú el enanito entonces?
     ¿Pero no habíamos quedado en que eras tú?
     Chimpún.

Celio y Claro (desconcentradas por lo exámenes y enabsoluto inspiradas.)

martes, 28 de junio de 2011

Escritos en el cuaderno de Ginebra.

El equipaje.

Cuando pisó el suelo de la estación se encontró con que nadie lo esperaba. Sólo el equipaje en la parte de atrás de autobús: un chelo, una bici y algo de ropa. Es condición de vagabundo: no esperes que el Titanic que hunda sin su banda de cuerda. En condición de bici: no dejes de pedalear hasta que no veas la marca de la llanta de la cuerda sin muescas, hasta que no vueles. Por eso sacó el pesado equipaje y cargó con él, al igual que había cargado con su vida. Como una maleta de mano; echaba allí lo indispensable, algo como la ropa y los viejos recuerdos de sus camisas; la bici no era más que su estúpida manía de no poder permanecer inmóvil. El chelo es cosa aparte. El chelo era la cadena que le ataba a la tierra, que impedía que subiese volando como un globo. Se puso manos a la bicicleta y salió de la estación. 
Jazz, era Jazz con la brisa en la cara, era Jazz, como el gato que está a punto de dormirse, era Jazzzzzzz.




Se llamaba Rosa.

Se llamaba Rosa y nació de una coliflor. Tenía el pelo verde y cortado a lo garçon. Aunque ella no sabía lo que era el corte a lo garçon, claro. Cuando nació tenía margaritas en el pecho y ciruelas en las pupilas. Suave como una rosa, pinchaba a todo aquél que se le acercaba. 
Le encantaba la sangre, claro. La sangre con azúcar como almuerzo, con sombrillita y todo, para asegurar el brillo de los pétalos. Sangre dulce como el fuego. Sí, le gustaba la sangre. 
Sangre de la que queda en las espinas cuando el resto se ha secado con el sol. La bebía con sus labios infantiles como quien relame una piruleta. Saciada, era una niña encantadora. 
Sin saciar también, pero con sed de sangre. Al fin y al cabo... seguía siendo una coliflor.


La falda.

Le dijo que se quitase la falda por la cabeza. Puesto que no entendía su cabeza y se moría por lo que había debajo. 
Así que la miró mientras cruzaba los brazos, agarraba los bordes de la falda y la deslizaba por la tripa, los pechos, el esternón, el cuello, la nariz, la frente... también le pidió que se masturbara con el viento, pues le encantaba la brisa y los momentos concentrados en explosiones con corrientes de frío y calor. Así que ella lo hizo con un estremecimiento de abstracción, al mismo tiempo que un cohete era enviado al espacio en un punto muy lejano del planeta. Y así despertó, dándose cuenta del chelo en la pared de su cuarto; de su bici del siglo XVIII y de la sangre concentrada en su entrepierna.


Lobo y Alba.



Quiero vivir al lado del mar
pa' ver las gaviotas despertar
y así ver la luna cambiar
de tres cuartos a mitad.
Mitad oscura, mitad locura
mitad sin nadie, mitad ninguna.

Quiero embarcar en el sonido
del bombear de tu latido
quiero despertar todo lo vivido
con un solo rugido.

Quiero que las olas barran la playa
quiero que mi sombra se vaya
quiero, y por querer he querido tanto
que ya vale de ahogos, que ya no aguanto.


miércoles, 22 de junio de 2011

TANGO SUICIDA.

Érase que se era dos veces seguidas una vez. Cuando una vez era, dos seguidas non. 
¿Y cuándo tres veces consecutivas? Una vez.
Cuatro veces son ninguna y más tampoco son.
Menos veces es más, cero veces, medias veces, una vez. 
Joder, cuántas veces menos una son los números en mi ted.
Todas cuantas quieras que sean siempre y cuando palpiten al mismo son.
Y, ¿son todas y a la vez ninguna? Sí, lo son.



No tienes los nudillos que te mereces. Tienes las imágenes en tu cabeza que no puedes esquivar. ¿Qué más da? Sólo las paredes saborean de momento tu sangre. Las paredes y yo, ya sabes a lo que me refiero. Bueno, a ti te salpica pero no es el único líquido caliente que derramo sobre ti, no te pongas estupenda. Lo peor es cuando no es caliente, la sangre, quiero decir; cuando corta la respiración por lo gélida que está, cuando sabe a acero, al filo de un cuchillo. Filo como el de tus labios al morderme, al morderme la sangre, quiero decir; de todas maneras ¡tánta sangre, tánto líquido me está empezando a derretir!, la sangre, quiero decir. Pero, ¿te derrite por su calor o por la frialdad que yo me trago antes para que tú puedas dormir con los pies calientes? Depende de mi fetiche con los pies, es decir, del día. De todas maneras, "felación" sigue siendo una palabra horrible. Todavía tengo cinco dedos en los pies, esta noche escribiremos "cunnilingus" varias veces. ¿Cuántas veces? Cinco. ¡Yo me sé una rima con cinco! También haremos esa rima cinco veces. Dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho y ocho dieciséis. ¿Ves el cinco por alguna parte? Entre tus dos doses y tus dos cuatros, Señora Estupenda.


Lobo y  Pantera.


lunes, 16 de mayo de 2011

Para Sabine y Alba

"Sangró y lloró, y se tocaba los huesos de los nudillos, ásperos como la corteza del árbol contra la que había hecho chocar su mano magullada. Ninguna historia tiene un final feliz. Ninguna historia tiene un final feliz si no tiene final. Y nadie es feliz sabiendo que tiene un final como el nuestro. Y nuestro final empezó sangrando dulcemente feliz."
                                                                                                    Lobo, Sabine y Alba.

No pretendo ser un lobo amable hoy, sería un poco contradictorio por mi parte.
Creo que aún sigo reventándome los puños contra la pared y creo que nunca voy a dejar de hacerlo, aún así me resultaría más fácil ser dejando de existir (Como Kant).
Son más fáciles las cosas cuando no tienes que pensar, o sólo piensas en alguna cosa que te haga dejar de pensar, con un boli en la mano, un cuaderno en el jardín y algnuos capiteles en algún lado.
Me cae bien llegar a una casa donde la gente está disfrazada, dejas de sangrar durante un rato vestido de pirata.


No sé, que gracias supongo.

Que os quiero, supongo

domingo, 17 de abril de 2011

Totó.

La llama azul quema más que la roja, digas lo que digas, y es galleta María no Digestive. Siempre que el señor calcetín a rayas alcahuetea acerca de esto sale irremediablemente despedido hacia el más acá. Y siempre acabamos igual esta conversación, tú respirando aminas y yo respirándote a ti.
Cierto es que al caer el peludo sol de primavera todos parecen encontrar algo con una idiosincrásica relativamente similar a la de estos. Todos menos yo, que sigo comiendo hierba en los amaneceres de las lunas de inviernos podridos. Inviernos en los que los que los abstractos árboles atraen hacia sí edredones manchados de la corrida de Jesucristo García, cuya fresa regurgita litros y litros de nata montada lista para cualquiera dispuesto a agriarse la boca. Cómo nos gusta el sabor a cocaína inocua en aguas estancadas y cómo nos gusta rizarnos el pelo con un plátano maduro conectado a la corriente.
Se nos considera locos salidos del Medievo y anclados en un movimiento casi tan opaco como eres tú. O como lo son mis medias tupidas en las que embuto mi culo de chocolate blanco para lamer la madera en un ejercicio de suelo metropolitano los jueves de margaritas.
Las baras varas localizadas en estos recónditos recobecos recovecos en los que subsistimos suelen ser ciertamente inútiles para lleva a cabo nuestra ardua epopeya. Esto sólo es válido si consideras que mi culo de pito es un recóndito recoveco, y en vistas de tu ignorancia en temas de lápices y frases secretamente interrelacionadas, voy a poner a esto un punto y final. 


Leo y Sabina.

Y ventanas de autobuses y sillones de chocolate.

Yo también quiero una habitación en Barcelona en la calle París. Y que mi gato se llame Nueva York, y mi canción preferida sea California Waiting y mi película favorita I love England, y que me llamen Ginebra. Y que me lo escriban en el vaso del té, eso es lo más importante, porque en esta ciudad con venas cuajadas de glóbulos blancos que devoran a las pobres extranjeras, hay pocos refugios más efectivos que un té con canela y un delicioso batido de chocolate y nata. Y como "culo veo, culo quiero", que me escriban esas tres letras que tan poco piden y así parece que te quiero todo lo que no puedo (o no debo) quererte en Zaragoza, Leo.


¿Te imaginas vivir en el envoltorio de una magdalena?
Estaríamos todos deliciosos y la vida tendría un índice muy alto de glucosa.




Una noche te abrazé con zeta a la orilla de un mar sin color, es algo que recuerdo constantemente. Mi alma insípida se tiñó de azul y tus lágrimas sordas derramaron plata. Cuando sorbiste por la nariz y te dije que me habías llenado el hombro de mocos me di cuenta de que soy una experta en destrozar momentos. Te reíste, que es mucho más de lo que podía pedir en momentos como aquél. Deslicé el pie en el interior de la arena, dejando que el sol se hundiese en el mar y tus lágrimas con él. Empujé a la luna para que pudiéramos reflejar nuestras sonrisas y tus fantasmas se ahogaran en la negrura del agua salada. De un mar sin color.






Me saben a café tus comisuras de los besos. Me gustaría tener un mostrador con botes de canela y vainilla y nuez moscada para endulzarlos un poco. La primera vez que pruebo el frapuccino, está buenísimo, la próxima vez que venga, iré a por él. La primera vez que lo pruebo resulta que es en tus labios, creo que ahora te quiero más y quiero más. Pero la próxima vez nos preparamos el café en casa, que es más barato. La primera vez es como todas, un poco raro, pero te acabas acostumbrando.

(Con la colaboración especial de Roxana)






Quisiera dormir entre la espuma de un frapuccino y que mi edredón fuera sirope de chocolate, y quisiera ser tan alta como la luna. Ser de caramelo. Y no ser de ninguna de estas cosas, y no oler, y no saber, y no sentir. Y punto.




La mejor fotografía del mundo es de un niño que tropieza él solo y se cae. Quiero decir sin que intervenga ningún tipo de fuerza, ni mayor ni menor. Lo que no explica la foto es el momento completo en el que se desarrolla ese instante, porque las fotos son eso, un parpadeo. Y por eso esta foto no existe, o quizás sí porque Robert Doisneau apretó el disparador después de que todos esos niños cruzaran el paso de zebra (con zeta).





Celio y Claro again.

sábado, 16 de abril de 2011

Albergues y ventanas.

Mi madre dice que las madres solamente existen en los cuentos de hadas. ¿Querrá decir esto que yo soy protagonista de un cuento de hadas? En realidad, nada de lo que veo parece llevarme hacia un final feliz. Tampoco lo veo todo negro, es más bien una mezcla de colores ahogados en los ojos de las demás hadas, suponiendo que esto sea un cuento. Y suponiendo que tenga madre.
FIN (si tú quieres)




Tengo un problema: me he perdido en una espiral y no sé salir. Doy vueltas y vueltas, como cuando giraba a orillas del mar con un vestido de vuelo blanco y con puntillas. Muevo mis pies en un movimiento automático, por inercia, como cuando ando después de bajarme de un columpio. Esos momentos en los que el mundo te incita a girar y a caminar,  esos momentos del mundo del revés. Ah! Ya está, se había caído el pomo de la puerta pero ya lo he encontrado. ¡Hasta otra!





Yo solía tener dos tornillos de estrella y cinco de hendidura lineal. Repartidos por todo el cuerpo, ajustando sus partes, marcando los lugares donde el cuerpo esconde el sabor de mi placer. Y tú solías tener cada uno de los destornilladores que habrían mis rincones prohibidos de bronce, plata y cobre, de saliva, jadeos y sangre. Cada día a media tarde, con el reloj natural del sol filtrándose por las rajitas de las persianas, sacábamos la caja de herramientas, la abríamos sobre la cama y tú te dedicabas a explorar. Yo me dejaba hacer, me fuera a doler o no, me anestesiaba tu respiración de quien fuma la pipa cada día desde hace 50 años, tabaco de menta y miel. A veces incluso me hacía cosquillas el tacto de tus dedos recorriéndome, buscando más tornillos que ajustar, corrigiendo órganos, como las ideas. Otras, me caían lágrimas de algo que yo me resignaba a llamar “dolor”, pero seguía perdida entre los pliegues de tus orejas y los espacios de tus pestañas. ¿Recuerdas aún nuestros viajes, nuestras canciones, nuestra ansia, nuestras respiraciones, nuestros corazones cuando se enredaban  y pasábamos horas deshaciendo nudos con los alicates, allí, sobre la cama, muertos de risa? No, nunca fuimos herramientas ni las utilizamos, fuimos aire y fuimos humo. Fuimos seda y fresas con nata, fuimos prohibidos y, por instantes, eternamente libres. 


Celio y Claro.

martes, 12 de abril de 2011

Yo soy de caoba.

Recorría las cuerdas de metal bailando con sus dedos huesudos. Se perdía bailando "Twist" en los espacios infinitos de cada traste, de cada acorde: "Entreacordeo". En realidad no acariciaba el mástil, acariciaba unas piernas que conocía muy bien. Salvaba los abismos entre los dedos de aquellos pies, como el niño de una historia que su madre le contaba cuando era pequeño. Daba pasos de pequeño astronauta por cada lunar, por cada comisura. Acariciaba las pestañas con las yemas de los dedos encallecidos. Sabía que con este último gesto ella se quedaba dormida y desnuda.
Abatida y perfecta.
Dicen que un orgasmo no es un absoluto sino una sucesión eterna de gestos.

Él llegaba al clímax cada vez que cogía la guitarra. Ella alcanzaba las copas de los árboles cuando trepaba por la enredadera de sus melodías de metal y madera. 
Eran recíprocos y conecesarios. No había manera de separar un cuerpo así de un alma que no se digna ni a soñar ni a sonar. Nadie querría separarse nunca de sus caricias, ni de su sabor a madera, ni de la música, nunca. Nadie se atrevería a despegar la planta de sus pies de aquel cuerpo con curvas por miedo a caerse entre los trastes y ahogarse en notas rotas. 
¿Qué más da lo que digan que es un orgasmo, si sé absolutamente lo que es? Ellos dicen, mientras yo soy de caoba en mi piel y en mi deseo.

Jaime, Clara y Celia.

Pasas húmedas.

Lo contó todo en dos viajes de tren. Gastó la tinta de un boli y medio y los tres cuartos de una goma de borrar. Gastó también la batería del iPod y en su afán por aislarse se quedó medio sorda. Pensó que no le importaba machacarse los tímpanos si era con el piano de Yann Tiersen o la acústica de Dallas Green. Todo lo que no fuese escuchar la música del móvil de las chicas de atrás.
Se imaginó que vivía en cada una de las casitas de colores que bañaban sus pies en el agua y doraban sus pestañas al sol. Se imaginó en aquél arrebato poético que el chico de enfrente la invitaba a bailar sobre el césped que desfilaba al otro lado de la ventanilla.
Mietras su imaginación volaba para tocar las cumbres nevadas seguía enlazando letras para hilvanar una historia sin principio ni final. Ojos rotos, manos nevadas, besos ciegos, baile desequilibrado, hilo endulzado. Todo en consonancia con los colines que salaban su boquita de piñón. El chico del asiento de enfrente la observaba con una sonrisa en sus ojos del color de las pasas, pero no le sonreía a ella sino a la chica de atrás, que en ese momento colocaba el abrigo sobre el asiento, un abrigo color camel para una chica rubia. Ella le dedicó una sonrisa que delataba años de ortodoncia hasta que llegó su novio, quien la agarró del culo y le metió la lengua hasta la campanilla mientras lanzaba una mirada amenazadora al chico de enfrente, como un perro marcando su territorio.  El boli rodó por el cuaderno y cayó al suelo: la palabra quedó coja, la escritora quedó manca, con la mano escondida entre el pelo de su novio, que olía a  lápiz y a estudios y a frutos secos. Pensó que no estaba bien que su chico demostrara tanto amor en público y de manera tan vulgar, pero dejó que la tocara; hacía tiempo que no paseaba su lengua en el túnel húmedo que tanto vértigo le producía desde la primera vez que lo exploró. Dejó que el calor conocido la recorriese y recordó con una sonrisa las náuseas que había sentido al principio, cuando otra legua amarga y ajena a su cuerpo se enroscaba insistentemente alrededor de la suya propia. Ahora ya se confiaba más a la sinhueso de él,  pero todavía no se acostumbraba a que otra saliva bañara su boquita de piñón. Cuando terminó de dejarse besar sintió unas ganas enormes de comerse una onza de chocolate, y mientras lo buscaba en las profundidades de su bolso, su novio ocupó el lugar del chico de enfrente, que se  había retirado sin que nadie se diera cuenta y con las pasas mojadas. La escritora reparó en su ausencia cuando al retomar su historia interminable sintió que le faltaba el aroma a frutos secos y lana húmeda que hasta entonces habían sido personajes inconscientes en sus páginas. 

Celio y Claro.

sábado, 9 de abril de 2011

Iris.

Érase dos veces dos hombres con destinos diferentes. Un destino aéreo y uno terrenal.  Uno de nubes y uno de plantas. Estaban Marcos y Luis en una playa de arena negra fumando en papel de periódico lavanda. Luis, perdido entre las nubes, contemplaba la luna en el reflejo de las gafas de Marcos. Marcos, escondido entre las flores, se bañaba en los rayos de sol que suspiraban en el té de Luis.

Así, azul y verde murieron mecidos por el olor a caracoles secos de la espuma del mar Rojo y negro.
A la vez, Marcos se levantó de un salto, se acercó a la orilla del mar azul y Blanco y caminó  sobre las aguas de un mar verde que lo engulló con sus fauces moradas.
Luis, sin quitar la mirada de la luna que sonreía en las gafas de Marcos, cavó en la arena negra una  oquedad, se introdujo en ella boca arriba y dijo: “Marcos, entiérrame con la picha por fuera pa’ que se la coma un dragón de este mar sin color.”


Clara.

El extintor en vez de porra.

Una buena noche, Isabel estaba dando uno de sus paseos semanales para que la lluvia la relajase. Y Rodrigo, como cada buena noche de Isabel, estaba en su ardua tarea de tirarse a una camarera. La camarera de esta noche, a la que Rodrigo ha decidido llamar Y, ya que todas las letras previas han sido sustituidas por mujeres de una noche o de Isabel. ¡Dame más fuerte!, exclama Rodrigo, porque la camarera antes se llamaba Ernesto. La entrepierna de Rodrigo subía y bajaba al son de los muelles de la cama.
Y, para variar y como siempre, y para que no se la pusiera dura el recuerdo del olor de la masa de pan decidió ponerse en la polla un condón azul fosforito con sabor a mar. Nuestro amigo/a Y la apodó “mi ardilla”.
Isabel está recorriendo el parque mientras recuerda las venas de la baguette.
Al acabar el polvo y apurando la ginebra, Rodrigo va, como siempre tras una lectura del abecedario, a la cocina a por un vaso de leche fría y un currusco de pan caliente. Y se viste, enciende un cigarrillo, le da una calada y se lo apaga en la mano. Junto con el conjunto de restos a medio cicatrizar de cigarros a medio fumar.
Isabel va a su panadería, monta su flauta y se pone a tocar los Arctic Monkeys. En algún momento dado,  rondando las dos de la noche y como en todo buen cuento, se le escapa una lágrima.
Rodrigo bebe la leche y le ofrece un trago a Y, que lo acepta. Bebe y se larga junto con el resto de letras formando palabras que no tienen Z. Rodrigo no muerde el pan y se acuerda de otra reiterativa negación y lo muerde. Mordisco con sabor a cóctel de esperma agrio y masa de pan azul.
Al sonar las dos o al soñar las dos, conforme la lágrima de Isabel cae, Rodrigo dice en su último suspiro: "para morir tengo tu ombligo."
Lobo.

El mar de queso.


Sol se levantó y cerró con fuerza la ventana. Al mismo tiempo, Luna bajaba la persiana en la habitación contigua. Moisés separó las aguas del mar rojo. La Primera Guerra Mundial  rompió los cristales y llenó de reflejos brillantes la alfombra dorada de su habitación. Franz Ferdinand pasó descalzo entre las esquirlas de la Guerra Mundial hasta que sangró ríos de lava. Se fue surfeando en un trozo de cristal por los ríos de lava y llegó a la Fnac para comprarse un portátil de última generación. Entretanto, Moisés desayunaba una Big Mac sentado en un banco del parque.

Inesperadamente apareció su abuela en un monopatín dispuesta a recorrer el parque de Pe a Pa con una agilidad impropia de una mujer de su edad. Cruzóse la anciana mujer con un fierísimo animal llamado guepardo que vestía con mucho gracejo un elegante sombrero de copa. El guepardo se detuvo frente a Moisés y le hizo una reverencia a la Big Mac, muy impresionado y sorprendido por una aparición tan importante. La Big Mac quedó tan impresionada ante la buena educación de tan curioso animal que perdió el equilibrio y cayó al suelo en un gesto torpe; el queso se desparramó y mojó los pies de Moisés. Y Moisés separó el queso. Sol se levantó y cerró con fuerza la ventana, al mismo tiempo que Luna bajaba la persiana en  la habitación contigua.

Celia, Pablo y Clara.

domingo, 6 de marzo de 2011

Cerezas y Abcedarios.

Éranse dos pantalones abstemios sin esperanza alguna, con las perneras de pana rota y manchados de sorbete de cereza. Mezcla de pantalones de campana y pitillo, imaginan sangre en vez de sorbete e historias previas de acción a la pana rota. Un híbrido de lino y tela vaquera que escurren tinta roja de cereza sanguina. La propietaria de esos pantalones siempre se restregaba las manos en ellos después de hacer sus famosos pasteles de crema y nata montada. Nata montada mezclada con ponzoña, de esa que da risa mientras te mata. Quizá la portadora se aburre de su vida o quizá no. Quizá esta chica no lleva pantalones ni hace pasteles de nata montada y crema y es todo producto de tu imaginación. ¡Vacío existencial, suicidio colectivo! Coma masivo producto del alcohol etílico en mis pantalones abstemios, ¡córtame las venas y déjame vivir en paz, sorbete de cereza! 
¿Qué no haría Jesucristo?*
Graffitis de cereza. 
¡Cuántos pantalones desean ser corrompidos y qué pocos los elegidos!* 
¡Elegid mis pantalones llenos de sangre dentro de una fila de niños a punto de entrar a clase y sabréis por qué la maestra está borracha! ¡Elegid mis pantalones escritos en tinta de cereza y habrá pizza en la cafetería! ¡Elegid mis pantalones entre la fila india que va al cuarto oscuro del local y os daré un trozo de pastel con nata!


Venga, yo, la portadora, os incito a que escuchéis mi historia con canela, pero esperad, juguemos primero a relamer los dientes y quedarnos con el regusto amargo o dulce de esta breve y asquerosa introducción. Quizás tras esta dulce y asquerosa introducción necesitemos algo de sal y de pimienta para hacerla más picante. ¿Quién se atreve a echarle mano a las especias? Mientras se decide el valiente, mientras esperamos a que alguien de un paso adelante y cruce el paso de cebra sin mirar, dejaremos la introducción de lado y nos centraremos en deshacer el nudo de marinero que tengo en el cinturón. 



Yo he sido la 16 en todo; me explico, si la A es el 1 y la Z es el 27… he sido pretenciosa, prostituta, periodista, paleta, pornstar, policía y ahora soy panadera… Soy lo que soy y soy dulce, como un pastel “Lestour” Francés con cinco pisos de canela y nata, y agria… bueno, agria como una puta que en sus asesinatos les arranca los miembros viriles a sus respectivas víctimas. Yo, en cambio, nunca he sido un número, he sido siempre aire, humo, gratis. Una cerilla a medio devorar, un pastel francés a punto de extinguirse, arsénico en sacos de harina, metálica como un beso a un espejo. Como un lengüetazo a la puerta del horno. 



Recuerdo cuando acabó el 15 y empezó el 16. 



Olvido sólo otros olvidos; cómo comenzó la P y olvidé la O. No sé, creo que todo oscureció a orden de nimiedades, ejemplo, antes era organizada y ahora soy un puto desorden. Da igual, siempre me quedaron las ancas de rana con salsa de mandarina criogenizada. La P comenzó con un “pero”, y la O se olvidó con el olvido. La R comenzó con una risa que derivó en la Sonrisa de aquél Tartamudo Unido enfermizamente a la Luna Venus que Watson no pudo pisar, pues no llevaba su Xilófono, sin el cual hacía Ya tiempo no se calzaba los Zapatos. A menudo veo sombras en la Pared. Entonces derramo sal por el hombro izquierdo, escupo y pisoteo el encerado. Puertorriqueña, por supuesto. 



El pelo negro me llega hasta las rodillas, pelo Pantene. 
El titular de hoy dice: “El asesino del abecedario vuelve a actuar”. 

El periódico dice que una pastelera ha sido asesinada y encontrada sin pantalones en ninguna parte, entre la A y la Z.