sábado, 16 de abril de 2011

Albergues y ventanas.

Mi madre dice que las madres solamente existen en los cuentos de hadas. ¿Querrá decir esto que yo soy protagonista de un cuento de hadas? En realidad, nada de lo que veo parece llevarme hacia un final feliz. Tampoco lo veo todo negro, es más bien una mezcla de colores ahogados en los ojos de las demás hadas, suponiendo que esto sea un cuento. Y suponiendo que tenga madre.
FIN (si tú quieres)




Tengo un problema: me he perdido en una espiral y no sé salir. Doy vueltas y vueltas, como cuando giraba a orillas del mar con un vestido de vuelo blanco y con puntillas. Muevo mis pies en un movimiento automático, por inercia, como cuando ando después de bajarme de un columpio. Esos momentos en los que el mundo te incita a girar y a caminar,  esos momentos del mundo del revés. Ah! Ya está, se había caído el pomo de la puerta pero ya lo he encontrado. ¡Hasta otra!





Yo solía tener dos tornillos de estrella y cinco de hendidura lineal. Repartidos por todo el cuerpo, ajustando sus partes, marcando los lugares donde el cuerpo esconde el sabor de mi placer. Y tú solías tener cada uno de los destornilladores que habrían mis rincones prohibidos de bronce, plata y cobre, de saliva, jadeos y sangre. Cada día a media tarde, con el reloj natural del sol filtrándose por las rajitas de las persianas, sacábamos la caja de herramientas, la abríamos sobre la cama y tú te dedicabas a explorar. Yo me dejaba hacer, me fuera a doler o no, me anestesiaba tu respiración de quien fuma la pipa cada día desde hace 50 años, tabaco de menta y miel. A veces incluso me hacía cosquillas el tacto de tus dedos recorriéndome, buscando más tornillos que ajustar, corrigiendo órganos, como las ideas. Otras, me caían lágrimas de algo que yo me resignaba a llamar “dolor”, pero seguía perdida entre los pliegues de tus orejas y los espacios de tus pestañas. ¿Recuerdas aún nuestros viajes, nuestras canciones, nuestra ansia, nuestras respiraciones, nuestros corazones cuando se enredaban  y pasábamos horas deshaciendo nudos con los alicates, allí, sobre la cama, muertos de risa? No, nunca fuimos herramientas ni las utilizamos, fuimos aire y fuimos humo. Fuimos seda y fresas con nata, fuimos prohibidos y, por instantes, eternamente libres. 


Celio y Claro.

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